Walter Punskii era un famoso caza mitos desde hace muchos años, su vida era la de un contable anormal, sobrino de un gran señor, aunque la nobleza nunca hubiera admitido tal cosa. En uno de sus viajes a las tierras de su querido familiar, conoció un bagamundo que recorría las tierras de su tío por los lindes.
El bagamundo le contó que hacía muchos años aquellas tierras pertenecían a un satánico señor, que bebía sangre de personas y degustaba pasar las horas muertas viendo cómo quien fuera sufría. Compraba niños pequeños diciendo a sus padres que servirían en sus casas, pero ningún padre volvía a ver jamás a su descendencia.
Hace cincuenta años, cuando tu tío entró en el castillo buscando su descendencia, acompañado por la masa del pueblo, encontraron en lo más profundo de la propiedad, que asemejaba a un castillo, en una especie de mazmorras en las que nunca había osado la luz deshacer toda la putrefacción que allí existía, restos por montones de huesos de niños.
Encontramos encerrado en una especie de sarcófago de lapislázuli a un decrépito viejo, sus monstruosas ojeras hacían de las cuencas de sus ojos un abismo, que terminaba en unos ojos como de agua brillante.
Abrió la boca que quedó desencajada de su sitio mostrando unos colmillos gigantes. Entre gritos y como tumulto colgamos aquella presencia que con gran decadencia y caduco que se resistía a ser conducido a su muerte, pero no moría, ardía, se quedaba retorciéndose e intentando agarrar cualquier cosa, se sacudía y hacía intentos de hablar inútiles, que quedaban en una especie de farfulla y sonidos fuertes y bruscos respiratorios.
Después de dos horas decidimos bajar aquel monstruo, que seguía pataleando y moviéndose, se resistía a que lo atáramos. No comprendo la fuerza que tenía, cinco personas rudas manteníamos con dificultad aquel ser. ¿cuánto tiempo llevaría sin comer?. El último sirviente adulto desapareció un año después de comprar los últimos niños que quedaban en la aldea. Las tierras eran suyas y le pertenecíamos.
Después de quemar de nuevo su cuerpo cortado y atado en un foso seguía moviéndose, nadie se explicaba cómo podía ser aquello posible. Antes de que lo quemáramos nos dijo, "llegará el día en el que regrese para regocijarme en vuestro sufrimiento". Después de hacer interminables cachos de él lo volvimos a quemar y aún se movía.
Walter Punskii, incrédulo, le preguntó a su tío, le dijo que había visto un bagamundo que le había contado aquella loca historia, entre risas describía que había sido engañado con una historia increíble. Hasta que recordó que su madre le dijo que el antiguo señor había tenido tratos con el tío y que por eso no iban mucho a verle.
Walter le preguntó al tío de nuevo que por qué había tenido tratos con el señor anterior, mientras atónito contemplaba cómo su tío se transformaba en una bestia con alas con una especie de sudor fétido y pegajoso. Azufre, olía a azufre, demonios apestaba. Se golpeó la cara incluso para comprobar que seguía despierto, no estaba dormido.
La cosa lo agarró del cuello, mientras apretaba sentía cómo le quemaba el contacto con su piel, que era húmeda, pegajosa y abrasiva. Casi podía sentir cómo la vida escapaba de mí, podía recordar cosas insignificantes o pasar por un sin fin de imágenes de mi vida.
De pronto, un brusco movimiento y estaba en la otra parte de la habitación, había impactado contra la pared y después caído sobre una mesilla, lo cual en parte amortiguo el golpe que terminé dándome contra el suelo, partiendo la mesilla.
Al levantarme aquella bestia de los infiernos una gran astilla de la mesa había quedado en mi mano, la introducía lentamente en su cuerpo hasta que llegó a la mano, partí la astilla que sobresalía del cuerpo y esperé la muerte. Rendido fui arrojado una vez más contra la pared, a duras penas, cuando me levantaba, podía ver cómo se deshacía entre fuego chirridos y gritos de los abismos infernales, hasta que explotó.
Quedaron unas ascuas que se consumieron hasta ser polvo y el principio de una búsqueda de lo paranormal.
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