Era una noche fría, una de aquellas en las que mejor te quedas en casa. El viento hacía que el frío se notara más, parecía que cada vez que el cuerpo recibía la racha, el viento, te despellejaba.
Aquél puesto en invierno era lo peor, tenías que estar allí esperando algo que nunca pasaba. Me pareció oír unos perros ladrando en la calleja que salía a los campos, se podía ver la calleja pero los campos quedaban a oscuras. Para eso teníamos las gafas de visión nocturna, cuando las activé me parecía haber visto un animal, pero era una niña, con el aumento podía ver su cara perfectamente.
Podía ver su cara de terror, eso fue lo que hizo que saliera corriendo en su dirección.
A lo lejos, en la calleja por la que se entraba de los campos venía la niña, no parecía tener más de 8 o 9 años, quizá se encontraba a unos doscientos metros, porque ciento cincuenta metros que tiene la calleja y otra recta de unos 80 aseguraban más o menos la distancia.
Ya entrando en la calleja calló, parecía que se había hecho daño y se levantaba con dificultad mientras caía de nuevo, eso hizo que corriera más deprisa, cuando de repente, de la oscuridad una jauría de perros se abalanzó sobre la criatúra.
Les gritaba mientras les lanzaba piedras. Arranqué una rama y me lancé sobre unos ocho perros extraños que mordían a la niña y también a mí. El corazón se salía de mi pecho, me dolían las piernas y los brazos, no habían logrado tumbarme, pero nos cercaban e iban acercándose cada vez más.
El frío era lo único que notaba, hacía que las heridas escocieran con cada ráfaga de viento. Un extraño sonido, como el de un flautín sonó, al parecer alguien llamaba a los perros, que de mala gana se alejaron de allí a la carrera.
La niña estaba llena de mordiscos, parecía que ninguno de ellos la había causado graves daños, la recogí, estaba envuelta en una piel de cabra, sus zapatos parecían también de animal, creo que conejo, llevaba una especie de cinturón que agarraba ese pequeño traje ahora lleno de sangre y emitía una serie de gruñidos lastimosos.
Con la niña en brazos y como pude me dirigía a la caseta, con las prisas había dejado allí el móvil. A unos pocos metros de la caseta un perro gigante que salió de la nada me derribó. Era un lobo, estaba seguro de que allí no había lobos, pero allí estaba.
Me intenté reincorporar y varios perros me inmovilizaron, me mordían en las muñecas y tobillos mientras un lobo gigante me orinaba encima. Una especie de troglodita que simplemente apareció, me agarró del cuello, levantó mi cuerpo como si fuera una pluma y me lanzó contra la puerta de la caseta.
A las cuatro horas desperté en un hospital, pregunté por la niña, pero no había ninguna niña cuando me encontraron, ni encontraron huellas de perros o personas en las inmediaciones.
La única prueba era mi cuerpo, lleno de mordiscos y la puerta destrozada. La policía no creyó nada de lo que dije, incluso tuve que citarme varios meses con un psiquiatra. ¿Pero cómo esperan que crea que lo que pasó no sucedió?.
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