He empezado a
investigar la primera carta, (dijo)hace poco me enteré de la
existencia de las otras cuatro, las había recogido en mi nombre una
becaria que se encargó de mi correo y de mi casa, en los últimos
cinco años que pasé en América del Sur, trabajando para una
multinacional farmacéutica europea.
Lo que hacía era
fácil, aunque después, con los años, nunca he dejado de maldecirme
por aquellos tiempos en los que me creía un genio buscando la
verdad, cuando sólo era un gusano conquistador.
Tan ciego, que me
hicieron falta cinco años para darme cuenta que estaba robando.
Robando aquellos secretos que tenían y por derecho pertenecían a
los últimos seres humanos libres de nuestro planeta.
Libres de contaminantes
sociales, o estructurales y económicos, sistemáticos, hasta que
contactamos, y ponemos su mundo al revés, para utilizar siempre a
nuestra conveniencia o beneficio sus misterios.
Mi trabajo consistía
en descomponer elementos, componentes, materia, sustancias, para
obtener compuestos o hallar una mezcla combinando varias sustancias
puras, o simplemente mandar la sustancia por sus propiedades
específicas.
Y creía que así estaba incluso salvando a la humanidad, protegiendo aquello que merecía ser salvado, que idiota era, que imbécil soy.
Y creía que así estaba incluso salvando a la humanidad, protegiendo aquello que merecía ser salvado, que idiota era, que imbécil soy.
Al llegar a los
poblados solía conversar con los chamanes, médicos tribales, brujos
o personas encargadas de las creencias, la sanación, o su comida y
bebida, pero sobre todo con aquellos que conocieran sus secretos.
Intercambiaba estúpidos e inútiles objetos por incalculables hallazgos científicos. Esquilmaba pueblos pensando que los teléfonos móviles, la comunicación, el alcohol o las drogas de diseño enseñarían a aquellas personas, que vivían en la perfección.
Intercambiaba estúpidos e inútiles objetos por incalculables hallazgos científicos. Esquilmaba pueblos pensando que los teléfonos móviles, la comunicación, el alcohol o las drogas de diseño enseñarían a aquellas personas, que vivían en la perfección.
Interrumpí a Tuanna,
preguntando qué tenía que ver todo esto con las cartas del anciano,
una vez más me di cuenta de mi tremenda impaciencia, justo después
de cometer el fallo más común cuando hay que escuchar, que es
hablar y no esperar para no interrumpir y quizá cambiar el recorrido
de lo que la persona en cuestión quiera decir, aunque en ese momento
no comprenda o no vea la lógica en la explicación, seguro que es
por no esperar y por no dejar de pensar mientras escucho, un gran
fallo.
Era la primera vez que
veía a Tuanna sonriendo ese día, mientras decía “que impaciente
eres copón”.
Dijo.
Al parecer todos tenemos prisa en saber, al principio, si no voy con cuidado, cometo el mismo error de creer que lo que tenga que entender lo podría entender a retazos, según me interese o asimile o relacione, pésimo error, pues siempre termino de nuevo en el principio, al faltar la comprensión de los escalones obviados.
Al parecer todos tenemos prisa en saber, al principio, si no voy con cuidado, cometo el mismo error de creer que lo que tenga que entender lo podría entender a retazos, según me interese o asimile o relacione, pésimo error, pues siempre termino de nuevo en el principio, al faltar la comprensión de los escalones obviados.
Al principio no lo
sabía, pero el anciano estaba relacionado con la multinacional
farmacéutica y con un par de lobbies, que son una especie de
colectivos anónimos, con difusos y opacos intereses, con muchos determinados beneficios
comunes, particulares y privados.
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